Día Internacional de la Mujer (científica)

Trabajo en un grupo de investigación en el que el 80 % son mujeres y el verano pasado me hicieron una entrevista para una televisión local. Aprovechando mi experiencia laboral en los cinco centros de investigación diferentes en los que he estado me preguntaron qué diferencias hay entre hombres y mujeres cuando trabajan en un laboratorio.

La verdad es que me esperaba esa pregunta, así que respondí sin titubeos que no era capaz de encontrar ninguna diferencia. Que había trabajado a lo largo de mi carrera con unas 60 mujeres distintas y que unas eran tímidas, otras ambiciosas, algunas meticulosas, unas cuantas tenaces y casi todas muy inteligentes. Cada una de ellas era de una manera y todas con unas ganas tremendas de aprender cómo funciona la naturaleza.

Barbara McClintock descubrió elementos del genoma que podían cambiar su posición en el cromosoma (Foto: Smithsonian Institution).

La entrevistadora seguía necesitando una frase corta para ponerla en el telediario de esa noche y volvió a insistir: ¿pero qué característica tienen en especial las mujeres científicas?

Yo era consciente de que ella necesitaba un titular, pero estaba claramente afectada por lo que me gusta llamar el síndrome de Pitufina. Me explico. Los pitufos científicos pueden ser gruñones, sabios, bonachones, alocados, vanidosos, etc. Pero para los afectados por este síndrome solo existe un tipo de pitufina científica y mi interlocutora quería saber como era. No podía aceptar que cada científico y cada científica con quien he trabajado tuviera su propia personalidad y forma de trabajar.

Llevo unos 20 años trabajando en investigación científica y por cada hombre ambicioso con quien he trabajado me he encontrado con otra mujer ambiciosa, por cada uno que tenía gran capacidad de organizar a un grupo soy capaz de nombrar a otra compañera con la misma cualidad. Obviamente, después de una hora de entrevista lo único que saqué en limpio fue el café al que me invitaron. ¡No salí en el noticiario!

Las mujeres, verá usted, tienen cada una su propia personalidad. Las científicas, además, tienen mucha. Personalidad, me refiero. Pero cada una la suya. Al igual que los hombres. Y en esto de personalidades y capacidades no soy el único en haberse dado cuenta. Hablando de ello he coincidido con la opinión de colegas de otras disciplinas como puedan ser las matemáticas o la paleontología (yo soy bioquímico).

Todos los estudiantes de bioquímica del mundo hemos empleado las ecuaciones de cinética enzimática desarrolladas por Maude Menten (Foto: Smithsonian Institution).

Así que a los que estamos de acuerdo en que hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades de desarrollar hipótesis científicas y diseñar experimentos para demostrarlas nos llama poderosamente la atención que según subimos en la carrera científica hay cada vez menos mujeres. Nos parece extraño que la mayoría de los jefes de grupo sean eso, jefes en lugar de jefas. No es normal que para que la presidencia del CSIC la ocupe una mujer hayan tenido que pasar ¡69 años! Analizando un poco más los datos, nos damos cuenta de que de los 25 centros de excelencia que hay en España solo dos están dirigidos por una mujer.

Obviamente no es un problema de capacidad. No es que haya un techo de cristal ni de ningún otro material que nos queramos inventar. Es simplemente discriminación. Y todos los hombres lo hemos visto. No digo que todos los hombres hayamos discriminado pero, parafraseando a Jimmy Kimmel, yo mismo recuerdo la época en la que se discriminaba y acosaba a las mujeres en el laboratorio. Porque era marzo del año pasado

La dificultad para conciliar es culpa de sus parejas, pero los responsables de la falta de igualdad de oportunidades son los gobernantes y los directores de los centros en los que trabajan las científicas.

Que solo haya una pitufina en los dibujos animados que ven nuestros hijos no es demasiado importante. El problema es que transmitiendo ese ejemplo tan simplón perdemos a científicas que como Françoise Barré-Sinoussi descubrieron el virus del sida o como Ada Yonath que fue imprescindible para el desarrollo de nuevos antibióticos. La ciencia es lo suficientemente importante y complicada como para desperdiciar a la mitad de los implicados. Ya no estamos hablando de ética o de derechos humanos (que sí lo estamos haciendo). La ciencia es una de las pocas cosas que nos diferencia del resto de animales. Si queremos seguir siendo humanos, necesitamos a todas las científicas que nos hacen avanzar en nuestro conocimiento y en nuestra humanidad.

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