Su incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios fue arruinando poco a poco toda la fortuna familiar. Aunque nuestro matrimonio a distancia sobrevivió, yo me pasé veinte años encerrada en casa, limpiando, cocinando, hasta tejiendo. Y encima nuestro hijo, cuando aún era un alfeñique, se embarcó hasta el dichoso planeta Eris en busca de noticias suyas.
Ahora es como uno de esos héroes antiguos, tan solo una leyenda que repito cada Navidad cuando abro la puerta y la alegría entra en casa en forma de gritos y voces infantiles.
—Háblanos, abuela, de sus aventuras cuando vió los planetas y conoció las costumbres de muchos hombres…