Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa, aunque la mía era de alivio y la suya algo pícara. Los latidos me siguen retumbando en los oídos mientras el doctor Rizzolatti anota fascinado en su cuaderno. Las neuronas motoras de Gombe se habían activado al ver cómo un estudiante en el campus acariciaba cariñosamente a su perro.
¡Acabamos de demostrar que los chimpancés tienen empatía! Si en lugar de señalar la ventana hubiera girado su cabeza hacia la mesa donde estábamos sentados su mujer y yo, no podría seguir con mi tesis en esta universidad