Desde hace décadas, los médicos saben que el cáncer de hígado es mucho más frecuente en los hombres que en las mujeres. Pero también que ellos suelen estar más gordos que ellas y además beben y fuman más. Y estos son los tres factores típicos que predisponen a padecer diversos tipos de tumores. Por eso, la existencia de diferencias entre hombres y mujeres en la frecuencia con la que aparece el cáncer de hígado no parecía un dato muy sorprendente.
No lo era hasta que científicas como Guadalupe Sabio se dieron cuenta de que pasa lo mismo con los ratones de laboratorio. A pesar de que ellos ni fuman ni beben, sufren este tipo de cáncer más que las ratonas. Esto suponía dos cosas. La primera, que hay que seguir investigando el motivo por el que las mujeres parecen estar protegidas frente al cáncer de hígado (del que mueren el 95% de todas las personas diagnosticadas). La segunda, que la respuesta puede estar en esos mismos ratones de laboratorio.
Pero antes de ponerse a hacer experimentos a tontas y a locas, los científicos se sientan a estudiar lo que ya se sabe sobre el tema. Es lo que se necesita para establecer alguna hipótesis que tenga sentido examinar. Así, que en el laboratorio de Sabio empezaron a consultar en la bibliografía otras circunstancias en las que el cáncer de hígado fuera más frecuente de lo normal. Encontraron dos que se sumaban al sexo masculino: la obesidad y la pubertad. Y con ellas que empezaron a elaborar su hipótesis.
La obesidad les puso sobre la pista de una de las muchas hormonas cuya cantidad disminuye cuando engordamos: la adiponectina. Y sospecharon de ella porque los varones empezamos a producirla en cantidades cada vez menores a partir de la pubertad. Por eso las mujeres tienen más adiponectina que los hombres.
¿Podría la adiponectina, que se produce en el tejido graso, impedir el desarrollo de un cáncer en el hígado? ¿Tiene algún sentido que una molécula viaje desde la grasa para controlar las células del hígado?
Los michelines también producen hormonas
En 1994, el genetista Jeffrey Friedman descubrió por primera vez la existencia de una hormona producida por las células de nuestro tejido adiposo: la leptina. Esta nueva hormona sale del tejido graso y viaja por la sangre hasta el cerebro, donde activa la sensación de saciedad. De este modo, cuando tenemos suficiente energía almacenada no sentimos demasiada hambre. Por aquellos años ya sabíamos que la insulina del páncreas es capaz de controlar la cantidad de azúcar que usan nuestros músculos o nuestro hígado. Pero que un tejido que pensábamos que solo servía para almacenar energía influyera en la función de uno de los órganos más importantes de nuestro cuerpo fue un descubrimiento realmente novedoso.
Tan novedoso que abrió la veda de la caza de moléculas producidas en el tejido graso. En apenas 25 años, los científicos han encontrado decenas de moléculas que salen desde el tejido adiposo para regular multitud de funciones biológicas en otros órganos. Tantas, que los científicos han decidido crear una nueva categoría dentro de las moléculas producidas por los seres vivos. Ya no las llaman hormonas o factores, ahora tienen un nombre específico para ellas solas. Hasta cuentan con su propia entrada en la Wikipedia. Son las adipoquinas.
En la actualidad conocemos adipoquinas que atraen a las células del sistema inmunitario para iniciar una respuesta inflamatoria, mientras que otras adipoquinas consiguen que las defensas de nuestro organismo no se activen demasiado y se les vaya la mano causando una inflamación exagerada. Algunas son muy importantes para decidir qué hace nuestro cuerpo con el azúcar que circula por la sangre, ya que regulan la potencia de la acción de la insulina en los músculos, en el hígado y, obviamente, en la propia grasa. Otras llegan incluso a regular cuánta insulina se produce en el páncreas. Si esto no te parece que merezca la atención de los científicos es porque ni eres diabético ni nadie de tu entorno lo es. Cosa extraña, por otro lado, ya que, según la Organización Mundial de la Salud, una de cada 11 personas en el mundo sufre esta enfermedad.
No parece que haya ningún órgano que de una manera u otra escape al control de estas moléculas segregadas por el tejido adiposo. Se ha visto también que la grasa regula la producción en los vasos sanguíneos de sustancias que atraen a las células del sistema inmune, algo clave para el desarrollo de la aterosclerosis. ¡Hasta el corazón cambia su metabolismo a causa de estas adipoquinas!
Pero un tumor no es ningún órgano. De hecho, no debería estar en nuestro cuerpo. Se ha saltado todas las normas y ha crecido sin control alguno. ¿Por qué la grasa iba a ser capaz de controlarlo?
¿Tiene la grasa el control del cáncer en el hígado?
Para saber si la adiponectina de la grasa es la responsable de que hombres y mujeres tengamos diferente probabilidad de enfermar de cáncer de hígado tenemos que volver al laboratorio de Sabio, donde hicieron el experimento más lógico. Bueno, en realidad solo es el más lógico si eres un biólogo molecular. Generaron por modificación genética una cepa de ratones que no produce esta adipoquina. Y sin esta hormona del tejido graso, tanto los ratones machos como las ratonas hembra tenían el mismo número de tumores en el hígado. Lamentablemente para las ratonas del laboratorio, no tener adiponectina les causaba que ya no estuvieran protegidas frente a este tipo de cáncer.
Pero la idea de este trabajo era averiguar por qué las mujeres tienen con menos frecuencia tumores en el hígado. Si averiguaban la causa de su protección se podría encontrar una nueva estrategia para que los hombres sufrieran menos esta enfermedad. Por eso fueron los ratones macho los protagonistas del siguiente experimento. Les administraron un medicamento que cuando llega al hígado activa la misma molécula que cuando la adiponectina llega desde la grasa. ¡Y consiguieron reducirles el número de tumores! Parece, por tanto, que el futuro tratamiento contra el cáncer de hígado puede tener su inicio en esta hormona del tejido graso.
El tejido adiposo como diana terapéutica
Pero este trabajo científico no es el primero que muestra que la capacidad que tiene el tejido adiposo de regular el funcionamiento de otros órganos puede ser utilizada para tratar enfermedades. Sin ir más lejos, la primera adipoquina descubierta fue utilizada ya en 1997 por el doctor Stephen O’Rahilly para tratar a dos niños extremadamente obesos a los que previamente habían detectado una mutación en el gen de la leptina.
Como sus células grasas apenas producían leptina, al cerebro no le llegaba la señal de saciedad. Así que siempre tenían hambre y siempre estaban comiendo. Para que nos hagamos una idea de cuánto, con 3 años de edad uno de ellos ya pesaba 42 kg. Inyectándoles la adipoquina de la que eran deficientes, su cerebro empezó a sentir que no tenía más hambre y empezaron a comer la cantidad que necesitaban, sin excesos. De este modo, cuatro años después, el mismo niño que hemos usado de ejemplo pesaba 32 kg. La hormona producida por la grasa le había corregido el sobrepeso.
Hoy en día sabemos que hay muy pocas personas afectadas con esa mutación, pero gracias este tipo de experimentos (siendo precisos, gracias a los resultados de este tipo de experimentos) los científicos se centran desde hace unos años en estudiar el tejido adiposo. El propio grupo de Sabio descubrió el año pasado que activando en la grasa parda a una de las proteínas por las que la adiponectina reduce el cáncer de hígado, este tipo de grasa genera más calor de lo normal. Lógicamente, a más calor producido, más energía gastada. Con esto, lograron que los ratones engordaran mucho menos. He aquí un ejemplo más de otra aplicación terapéutica derivada de las hormonas que produce nuestro tejido adiposo.
¿Nos enseñarán las adipoquinas a curar enfermedades?
Todavía quedan muchos experimentos por hacer, muchas hipótesis que poner a prueba y una gran cantidad de ensayos clínicos por delante. Pero la aparición de un tejido que produce tal cantidad de moléculas que participan positiva o negativamente en la progresión de enfermedades como la diabetes, la inflamación e incluso el cáncer ha sido una muy buena noticia. Magnífica.
Los científicos ya han aprendido que la grasa no es solo donde almacenamos la energía que nos sobra. En los próximos años veremos si, además, son capaces de encontrar en las adipoquinas soluciones para las enfermedades que nos preocupan. O al menos para alguna de ellas.
Referencias:
E Manieri, L Herrera-Melle, A Mora, A Tomás-Loba, L Leiva-Vega, DI Fernández, ME Rodríguez, L Morán, L Hernández-Cosido, JL Torres, LM Seoane, FJ Cubero, M Marcos, G Sabio. Adiponectin accounts for gender differences in hepatocellular carcinoma incidence. J Exp Med. 2019; 216 (5): 1108–1119.
N Ouchi, JL Parker, JJ Lugus, K Walsh. Adipokines in inflammation and metabolic disease. Nat Rev Immunol. 2011; 11: 85–97.
CT Montague, IS Farooqi, JP Whitehead, MA Soos, H Rau, NJ Wareham, CP Sewter, JE Digby, SN Mohammed, JA Hurst, CH Cheetham, AR Earley, AH Barnett, JB Prins, S O’Rahilly. Congenital leptin deficiency is associated with severe early-onset obesity in humans. Nature. 1997; 387: 903–908.
Y Zhang, R Proenca, M Maffei, M Barone, L Leopold, JM Friedman. Positional cloning of the mouse obese gene and its human homologue. Nature. 1994; 372: 425–432.